lunes, 10 de noviembre de 2008

Yamila Almada

Es de público conocimiento la existencia del mundo físico en el tiempo presente, digo, en lo más estricto de la definición, en este ahora, en este instante, efímero. Son muchos los que creen -bastante menos los que teorizan- sobre la existencia del futuro más allá del uso del tiempo verbal; y son muy pocos los que han experimentado el viaje al futuro. Es el caso de Yamila Almada.

Una tarde caminando por Balcarce, Y. dobló en Venezuela para ir hasta Paseo Colón. Se tentó su alma de niña con la bajadita y se echo a correr. A mitad de cuadra alcanzó la velocidad de la luz (exageramos, sólo para acomodarnos en el estante científico del mundo posible) y, cuando vió que esquivar el poste que prohíbe estacionar sería imposible, sucedió algo extraordinario: llegó a la esquina y se vio perfectamente detenida sobre el cordón de Paseo Colón, esperando que el semáforo pintara de blanco al hombrecito que permite cruzar. Y cuando decimos "se vió" es porque "ella" era una y la "ella" vista era otra, sin embargo, eran la misma en diferente tiempo: el trotecito la llevó cuatro segundos al futuro (aprox.).

Cuando Y. entendió esto, se dispuso a perseguir su futuro con cautela. Pronto se dió cuenta que mientras "ella" existiese, su vida estaba asegurada, de modo que dejó de preocuparse por mirar a ambos lados al cruzar la calle. Inevitablemente llegaron las dudas ¿Dejó de existir en el tiempo del que se fue? Se respondió que sí ¿Hay tiempo pasados? Necesariamente sí. A propósito ¿Cómo volver el tiempo atrás? No lo sabía, era muy joven ¿Qué sucedería si ella se encontrase con su ella futura? Aunque pensó que las paradojas de las películas eran fantasías exageradas, decidió pensarlo un poco mejor.

Cansada de vagar sola, de ser turista en un tiempo inmediato que no mostraba nada nuevo al presente que ahora extrañaba, decidió lanzar una moneda. Si sale el sol, provoco el encuentro; si sale la casita, busco el modo de volver a mi hora, se dijo. Levantó la vista para mirarse caminando cuatro segundos adelante y se vió lanzando la moneda. En ese momento descubrió que cruzar la calle sin mirar fue una locura, que su pasado proyectado allí delante suyo dependía de su vida de este momento. Caminó hasta donde se vió y lanzó la moneda. Sol. Sol inutil. Maldito sol.

Así vivió Y. durante un tiempo (obviedad casi tautológica), persiguiendo cada movimiento de su "ella", sin libertad para elegir sus actos, sosteniendo los caprichos de su proyección. Una tarde su "ella" jubaga en Parque Lezama y subiendo a la carrerita los escalones del anfiteatro, desapareció. Se sintió liberada de sus caprichos, se sintió más grande.

Prefirió no pensar que era la proyección de aquella con la que había cambiado los tiempos.

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Cristian Páez
Buenos Aires, Argentina
http://porfintefuistemabel.blogspot.com

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