miércoles, 15 de abril de 2009

La pluma dorada

La estación prácticamente vacía adorna maliciosamente mi soledad, a lo lejos gritos de vendedores de café y otras chucherías rompe la continua sonoridad del silencio impaciente y oportuno de un viaje como tantos otros. La silueta de una mujer acercarse meneando exageradamente sus caderas irrumpe la escena de una noche fría e invernal, su vestimenta de faldón extremadamente breve y abrigo de piel barata delatan prejuiciosamente el oficio de tal luciérnaga de la noche, al pasar junto a ella un olor rancio a colonia inglesa y transpiración apagan bruscamente mi deseo carnal hacia esa mujerzuela de sábanas raídas.
Luces en el andén y el característico ruido de aire comprimido de los frenos avisa inconfundiblemente la llegada de mi autobús, apresuro mi caminar y subo sigilosamente peldaño a peldaño las no muy cómodas escalinatas; el aire caluroso y pesado contrastan enérgicamente con la destemplada noche exterior; rostros semiadormecidos y demacrados, muchos de ellos con claras expresiones de molestia, me observan pasar sin detener su mirada en mis detalles de hombre embrutecido por la rutina, mis ojos buscan resueltos el asiento 28, fijación indeleble como tantas otras de mi personalidad, después de mínimos esfuerzos oculares tomo posesión de lo que por plata me pertenece, al menos por unas cuantas horas más. ¡Suerte la mía!, el asiento 27, por fin desocupado, que placer y relajo el no tener que aguantar a viejas regordetes o vecinos habladores.
La marcha del bus transporta mi atención a la inagotable oscuridad del reflejo vidrioso del paisaje campestre, al contemplar el rodaje fílmico de casas rústicas y espinos encorvados mi pensamiento se quieta en discontinuas reflexiones de errores amorosos pasados, proyectos siempre inconclusos e idealismos al límite de la locura e irrealidad absoluta; ¡ese soy yo!, el más fiel admirador de la mentira cicatrizante, fantasista por naturaleza y por opción absoluta, un instante me basta para transportar la lógica y la razón a los escondrijos más absurdos e irrisorios.
De pronto, un frenazo brusco quiebra oportunamente tanta meditación intrascendente, las amarillentas luces internas se encienden sorprendiendo a muchos como yo en relajadas y descolocadas posiciones. El rudo ventanal que aún me mira de reojo deja entrar la delgada silueta de una mujer, una voz sencilla y alegremente femenina despierta el trasnoche caldeado.
- Disculpá, ¿está ocupado el asiento?, -sus labios moldeados a modo de risa segura de su agrado y belleza terminaban formando una dulces y pronunciadas margaritas en su rostro enmantado, sus ajustados jeans azules daban forma a una figura sobrecogedoramente hermosa, al sentarse su rostro trasuntaba una expresión misteriosa de secreto placer que la envolvía.
En mi agradable turbación no podía entender “el por qué una mujer como ella se había sentado al lado mío, existiendo innumerables asientos desocupados en esos momentos”.
Mi cinismo, pero sobre todo, el miedo a enfrentar una conversación con ella imponía en mi ánimo una nerviosa y tensa situación que vislumbraba no podría manejar con la más mínima calma y propiedad y que delataría mi soledad y nulo éxito en el amor. No me quedaban muchas opciones, y el tiempo era escaso para tomar una de ellas, o me bajaba un sueño fingidamente profundo o regresaba desconcentradamente al cristal empañado y a mis eternas divagaciones idealistas, opté por lo segundo, pues, en mis deseos ocultos anhelaba poder tocar aunque sea con mis palabras, esos labios, ese rostro, y ese cuerpo.
De reojo pude apreciar que ella insistentemente me observaba como tratando de buscar el preciso instante o la precisa excusa para romper aquel silencio e indiferencia; aquellos instantes, al percibir el inminente contacto con aquella portentosa mujer, fueron de una pasmosa inquietud y pavor; sin duda, no sabría cómo responder a tal desafío, sin que mi embobada y nula experiencia con mujeres como ella quedara en evidencia. Un frenazo brusco samarreó repentinamente nuestros cuerpos, ella con rostro angelical, casi imperturbable, me miró y con risa segura y llana exclamó de sus labios:
- Menudo chofer éste- su acento argentino, no reconocido por mí anteriormente, acariciaba mis oídos como la más armoniosa canción de Annie Ross.
- Con sonrisa profesionalmente vendedora, conteste- Ah… sí…
- De dónde yo vengo, seguro que a este pelotudo le quitan la licencia en el acto.
- Con risa menos marcada- Aquí no pasaría eso, la mayoría de los choferes corren como locos.
- Bueno, en todas partes hay personajes así –conservando una risa de amabilidad y sencillez- y vos viajás muy seguido.
- Bueno sí, por mi trabajo.
- Y disculpá la patudés, pero, ¿a qué te dedicás?
- Soy escritor de cuentos- contar puros cuentos es lo que hago ahora, lo bueno de decirlo es que pareciese que la gente al escuchar que escribes ya no te miran como un tonto gueón que apenas vende libros –Y tú, qué haces.
- Mirando sigilosamente su reloj– ¡Yo!, estudio, voy en el último año de Literatura Anglo- Hispánica; pero vos, ¿qué tipo de literatura escribís?.
- Umm… de todo un poco, pero me tiran más las de temática existencialista.
- Ah… así como Dostoievski…, a mí me fascina ese tipo de novelas– mirando otra vez el reloj.
(Parece que no me creyó mucho, o la estoy aburriendo, la mirada a su reloj la delata).
– No, nunca pa’ tanto, yo escribo cuentos no ma’, todavía no me lanzo con las novelas, es mucho más complicado por el tiempo que hay que dedicarles.
- Pero yo que vos me arriesgaría a probar con la novelas, de seguro te iría fenómeno-mirando su reloj.
(Con risa irónica, si supiera que no escribo ni cartas y voy a ser capaz de escribir una novela, con qué ropa).
- No creo, seguramente hay miles de escritores mejores que yo, y que las editoriales ni los pescan.
- Con ceño seguro y firme- Pero si vos sos un genio, no podés dejarnos con la ilusión de leer alguna de tus obras maestras.
Con semblante de sorpresa y un poco de molestia:
- ¡Oye!...
- Fernanda, me llamo Fernanda Almoracid- estira confiadamente su blanca y tersa mano para estrecharla junto a la mía.
(Hago lo mismo pero con un leve gesto de desconfianza en mi mirada).
- Yo me llamo Roberto Salazar- Esta mina de seguro se dio cuenta que estoy mintiéndole y me está agarrando pa’ la palanca- No te burles así por favor- con gesto de risa desabrida-, yo sé que no tengo ni pinta de escritor, pero quién sabe el día de mañana, uno no predice el futuro.
- Mirando nerviosamente su reloj y con voz entrecortada por la emoción- Te equivocás si pensás que me estoy burlando de vos, lamentablemente no te puedo decir mucho, pero no podés dejar de escribir, millones de personas como yo en el futuro disfrutan y admiran la profundidad de tu narrativa- suena la alarma de su reloj y ella refleja su desagrado en sus delicadas facciones y penetrantes ojos azules- Me tengo que marchar, se me acabó la pasantía; Don Roberto, fue un verdadero orgullo y emoción haberlo conocido en persona, desearía que en su tiempo fuera tan reconocido y valorado como en el mío, tomá- entrega una pluma dorada con tinta azul, incrustada la inscripción latina “Ab alio expectes alteri quod faceris”, esperé mucho tiempo por éste grandioso momento en mi vida, en nombre de mis profesores, mis compañeros de Literatura y el mío propio le entrego este pequeño recuerdo.
(Atónito Roberto observaba y escuchaba las sentidas palabras de Fernanda sin poder comprender en su real dimensión la fuerza y franqueza de sus expresiones, le parecía que era todo irreal, un sueño idealista más, como tantos otros en su rutinaria vida, un beso húmedo y tibio sintieron sus labios al encontrarse con los de aquella muchacha misteriosamente hermosa).
- La observé alejarse lentamente por aquel angosto pasillo, en su marcha y mi embelesamiento mis ojos se llenaron repentinamente de lágrimas hasta cegarme completamente, sentí que alguien tomaba tímidamente mi brazo derecho y una voz insistente me decía.
- Señor, señor…
- Como traído de un sueño profundo y reparador dirigí la mirada hacia mi derecha y vi un muchacho de camisa blanca y repuse soñolientamente - Sí, ¿qué pasa?.
- Disculpe que lo despierte, su pasaje por favor.
- Todavía un poco aturdido y desconcertado- Sí claro, tome.
- Gracias, se va a bajar en el terminal Central o en el Constitución.
- En el terminal Constitución por favor; disculpe, no vio usted a una señorita alta, de tez blanca y ojos azules sentada al lado mío.
- Pequeña pausa y con movimiento suave de cabeza- No señor, ¿por qué?, ¿pasó algo?.
- Ah, no, por nada; oiga en cuanto rato más llegaremos a Osorno.
- Bueno señor hacen como 10 minutos nomás que salimos, yo creo que en dos horas más.
(El semblante de Roberto palideció por la confusión y el desconsuelo de haber posiblemente imaginado tan extraño sueño, en su mente todavía permanecían vívidas las imágenes de aquella muchacha hermosa de inmensos y hondos ojos azulados, pausadamente indagó a su alrededor y detuvo su mirada en algo que brillaba a sus pies, para saciar su curiosidad se agachó y cogió el objeto, la sorpresa irradió nuevamente su rostro al observar la lapicera dorada con la inscripción “Ab alio expectes alteri quod faceris”, su mirada por unos largos instantes divagó en el lejano horizonte de su ventanilla, y contemplando nuevamente la pluma, de sus oscuros y gruesos labios brotó espontáneamente una irónica y placentera sonrisa).





FIN

Por: Hector Mauricio Crisosto

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